miércoles, 3 de noviembre de 2010

Rosario Espinoso

en estas tardes de otoño
en el ocaso, oculto el meollo
cuando huyan las cinco de la tarde
del perifollo ostentoso; cabalgan

descabalgadas y en retirada
un cuarto de hora, de pasada
y la media esperando sentada
esperando, sin esperar nada

en poco, se resuelve el embrollo
desde la torre de la iglesia, el último escollo
seis campanadas rasgadas, desde el hoyo
que se desplomarán... y, con ellas, todo

amenazarán campanas de muerte
vibrabrará la semilla, late impenitente
con el pasar del tiempo, pecado pertinente
mientras el rayo certero penetre

ensartando, una con otra
hoja a hoja, las viñas ocres y rojas
golpe a golpe, el retumbar silente
paso a paso, el reloj y el calendario asiente

de sones funerarios, un rosario
que desgarrara el pórtico de la gloria, agrario
dejando en pelotas la carne, cruel adagio
de un esqueleto que brame su presagio

en esta tarde de otoño
de nuevo, estoy recogiendo frutos
enfrascado en el espéctaculo rural
de estos fuegos de artificio, natural

en ese rayo de sol que muere evoco
y convoco a los fantasmas de antaño
no revoco ni me equivoco, amaño
y si lo hicera... ¿estaría acaso loco?

muriendo, me hace bello
disfrutando de su agonía hermosa
cae la tarde plomiza, cayó el verano goloso
y la noche se hace fuerte, a pesar de mi arrojo

desaparece, se pone en poniente
cierro los ojos, y me ensarto en mi dueño
con el carrusel de mil destellos
amarillos, rojos, ocres; duermo

hasta mañana; felices sueños

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